I love Barcelona
Opinión
Me gusta tanto mi ciudad, Barcelona, que siempre tengo un espíritu crítico con ella. Amar, también significa ser capaz de señalar al ser o entidad amado todo aquello que no funciona para que saque todos sus poderíos, y Barcelona tiene muchos. Y parece, que las cosas empiezan a enderezarse después de 8 años de gobierno colauista, un desastre para el amor propio de una ciudad y el idilio de los barceloneses con una urbe que no siempre tiene los ciudadanos que se merece. Barcelona no es una ciudad inventada para ser capital, Barcelona es capital.
Y el ejemplo de este repunte lo experimenté en la pasada fiesta celebrada en La Paloma, que tenía como anfitrión al Gremi de la Restauració de Barcelona. Y un apunte: quien no conozca esa sala de bailes, el agarre es cosa de dos, ya está cogiendo un avión o un tren para vivir un precioso viaje en el tiempo. Y hubo un homenaje, como cada año, y esta vez el homenajeado fue a Joan Manuel Serrat, quien tenía como telonera a Lolita, actriz, cantante e hija del Pescailla, el dios padre de la Rumba Catalana. Fue un homenaje digno a un gran barcelonés, otro dios padre de la canción, con la tieta siempre presente, y con Miguel Poveda recordando que la calle de Serrat tiene sabor a puerto y nombre de poeta.
En esa fiesta estaba representada mucha Barcelona, la que tiene ganas de recuperar el pulso de una ciudad histórica, a veces histérica, con tantas realidades como potencialidades. Aquí, en mi ciudad, no hace falta decir que “de Barcelona al cielo”, o que “en Barcelona, nadie es de Barcelona”, porque ser barcelonés significa saber que muchas veces hemos alcanzado el infierno, y que si nadie es de Barcelona, nadie se la va a creer.
Gremios como el de la restauración son fundamentales para recuperar la chulería del barcelonés, un ser desacomplejado que puede ser, al mismo tiempo, poseedor de aquello que tanto identifica a la sociedad catalana, el putoramonetismo —o somos la hostia, o somos una mierda— y con ese espíritu autocrítico hemos conseguido, a veces, convertir los panes en peces. Hay mucho trabajo por hacer, y mucho trabajo por rehacer después del tsunami comunero, pero gremios como el de la restauración tienen ganas de recuperar el fuelle.
El homenaje a Manuel Serrat en la Paloma
Una de las identidades que hay que recobrar es el de la cocina autóctona, la barcelonesa y, por ende, la catalana, una de las más ricas del mundo. Y digo mundo con todo el putoramonetismo del mundo. Porque todo eso de la cocina globalizada está bien, pero te puede llevar a la confusión sensorial y a la irrelevancia dentro del universo gastronómico, y terminar estrellado contra la Estrella de la Muerte. “Quién pierde los orígenes, pierde la identidad”, cantó Raimon con toda la razón y la gastronomía barcelonesa será mientras existan cocineros que sepan preparar una bomba de la Barceloneta o un fricandó meloso.
Como yo, hay mucha gente dispuesta a vender al mundo el I love Barcelona, y fiestas como las del Gremi de la Restauració demuestran que, frente a la chulería, no hay mejor respuesta que la verdad. Y si tienen la fortuna, como parece, que hay un alcalde que se los cree y que lucha con ellos para recuperar el prestigio gustativo y olfativo de Barcelona, la ciudad es tan imparable como un buen plato de mar y montaña. Hay mucho trabajo por realizar y entre los deberes inacabados, está el de controlar la proliferación de bares basura y cadenas de establecimientos sin otra filosofía que el enriquecimiento en negro y el blanqueamiento.
Como diría Serrat, son esas pequeñas cosas. Lo importante es que, como yo, existen muchos barceloneses dispuestos a gritar: ¡I love Barcelona!