No siempre sucede que la cocina de un chef y su personalidad tengan que ver. En el caso de Nerua y Josean, sí, ambas son el calco de un sentimiento, de una filosofía y de una expresión. No me puede gustar más el viaje que pudimos hacer al universo Alija a través de 13 productos.
¿Un virtuoso, un visionario, sencillamente un gran cocinero? Todavía me lo pregunto…
Nombre: Nerua
Dirección: Museo Guggenheim Bilbao, Avda. Abandoibarra, 2. 48001 Bilbao
Teléfono: 944 000 430
Página Web: www.nerua.com
Tipo de cocina: De vanguardia, con especial atención al producto y territorio
Entorno: Comedor amplio y desnudo, sin artificios, muy agradable
Servicio: Absolutamente exquisito y atento, sin exageraciones, muy profesional
Accesibilidad: Buena
Ambiente: Parejas, turistas, amantes de la cocina creativa
Aparcacoches: No, aparcamiento cercano para clientes
Precio: Muy buena relación calidad-precio para su categoría, con posibilidad de menús degustación por número de productos o carta.
Fecha visita: Almuerzo, jueves 19 de julio de 2012
Cocina:
El chef nos aconseja un menú con 13 productos, y los precios que indicamos son, como referencia, los que tienen en carta. Comenzamos con Parmesano (30 meses) cuajado, lágrimas de trufa, pan crocante y shiso verde (15 euros), muy intenso y elegante. Seguimos con unos sorprendentes Garbanzos verdes, jugo de limón ibérico y jerez, un profundo y perfumado sabor a caldo de siempre con la textura crujiente de los garbanzos: delicioso.
A continuación llegan los Tomates en salsa, hierbas aromáticas y fondo de alcaparras: interesante sabor acidulado con mucha profundidad. La Cebolla blanca, fondo de bacalao y pimiento verde (12 euros) es un trampantojo riquisimo en el que la vista engaña a los sentidos, parece y sabe pero no es: excelente.
Seguimos con las Sardinas de Santurtzi, piparras guisadas y aceituna verde, otro guiño al sabor tradicional, pero con muchos matices, y qué gusto volver a encontrar en un restaurante de estas características una salsa que se puede mojar. Seguimos con las Cocochas de bacalao, vaina a la brasa y guindilla, una mezcla curiosa que provoca y se equilibra con texturas complementarias. Los Rabitos de cerdo ibérico, alcachofas y caldo de pochas vuelven a ser otro alarde de saber cocinar al límite, cambio de texturas con una mezcla de sabores muy acertada.
Y llegamos a los Chipirones confitados, caldo de verduras tostadas (31 euros), elegancia con sabores ahumados y perfecto punto. Le sigue la Ventresca de bonito, infusión de avena tostada y lima (25 euros), muy original, de nuevo un homenaje al producto servido en su punto.
A continuación llega el Foie gras asado, pera e hibiscus (35 euros), bien presentado, nos sorprende lo grande que es la ración y la colocación de este plato al final del menú, “natural” aunque poco convencional.
Cerramos el menú con tres postres tan exquisitos como el resto del menú, el Aguacate, lágrimas de pomelo y coco helado (9 euros), muy original y donde, aunque el aguacate resulta algo denso, el resto es sutil y elegante. El siguiente postre es un Cítrico, limequat cremoso, manzana asada y menta (12 euros), un flan con acidez, otra excelencia del vasco y terminamos con Fresas, helado de té negro y Keir (11 euros), oriental, sutil, el broche perfecto de una cocina inolvidable.
Maridamos el menú con agua y dos interesantes cervezas: la artesana valenciana Altura de vuelo primero, elaborada por Fernández Pons en Venta del Moro, y la alemana Waldhaus Jubiläums Dunkel Naturtrüb para la segunda parte del menú.
Observaciones:
El restaurante está ubicado detrás del museo y tiene un acceso con parking muy cercano, siendo también accesible desde el paseo. Hay una terraza con unas vistas preciosas que pertenece al museo y desde donde se puede tomar el café o el aperitivo.
Calificación:
No me imagino qué me pudiera gustar más. La cocina de Josean Alija es elegante, sútil y cuenta con una excelencia en los detalles que hace tiempo que no disfrutaba. Esa desnudez en el mensaje me conmueve (debe ser porque soy castellana), cada plato es solo éso, un producto elevado al máximo nivel de la excelencia, nada menos, los juegos de texturas, combinaciones de sabores, colores y olores sin un ápice de artificio: pura creatividad rendida al producto.
Un servicio absolutamente pefecto completa el cuadro, que aunque en el restaurante no los hay: los dejan todos para el Guggenheim, porque en Nerua la obra de arte está, sin duda, en el plato.